martes, mayo 08, 2007

Amor Pasajero

La mañana recién comenzaba, pero el mundo subterráneo ya se encontraba en hirviente actividad. Sentado en un banco esperaba, mientras los veía pasar, uno tras otro, anodinos esclavos, solitarios autómatas de los subsuelos de la ciudad. Pero entre ellos pasaste tú, como una ráfaga de aire en aquella atmósfera infernal de la rutina, un oasis en aquel desierto de hormigón.
Tu pelo rojizo me sacudió con su brillo al pasar frente a mí; brillo que aún hoy perdura, mientras te escribo, titilando en mis pupilas. Ese brillo y ese perfume, esa estela que dejaste al pasar por el andén, con paso seguro pero impaciente, resuelto y lleno de vitalidad. En ese momento descubrí el significado de la belleza, y el tiempo pareció detenerse en el doblez de tu pollera. El instante se hizo eterno, y al mismo tiempo, tan miserablemente efímero.
Me levanté como hechizado por el encanto de tu andar despreocupado y seguí tus huellas por la línea amarilla, esquivando maletines desganados y perezosos rezagados. Entré con dificultad en el último vagón rumbo a catedral, siguiéndote, siempre unos pasos detrás de los tuyos, temiendo contaminar el aura que te rodeaba si me acercaba demasiado. Entre la multitud que se agolpaba dentro, tu pelo seguía hipnotizándome y tu figura parecía hacerse aún más esbelta dentro de aquel cubículo. Tu mirada turmalina se perdía en publicidades, en imágenes sin sentido que pasaban a toda velocidad afuera, mientras que la mía seguía perdida en el remolino de tus curvas. De repente envidié a los hombres que te rodeaban en ese momento, que te ocultaban y te alejaban, sin saberlo, cada vez más de mí.
En cada estación que pasaba, una nueva inyección humana se colaba entre tu belleza y mi admiración, extendiendo hasta el infinito la insoportable brecha que nos separaba. Mil versos acudieron a mi mente en ese momento. Cientos de poemas de amor que te hubiese recitado al oído de memoria sin titubear, y otros cientos que hubiese podido crear inspirado sólo por la gracia de tus movimientos, por la incandescencia de tu cabello o por la simpleza de tu rostro. Palabras bellas pero inútiles, como tantas otras que murieron en mi boca antes de nacer.
Bajaste de pronto en alguna estación que ya no recuerdo, arrastrada por una masa amorfa que te engulló sin piedad al abrirse la puerta. Hombres y mujeres que se movían impacientes, chocándose impunes unos contra otros, como hormigas desesperadas tratando de llegar a tiempo a algún lugar. A ningún lugar.
Tu perfume me guiaba por los pasillos de la estación a medida que los recorría con creciente impaciencia, y aunque ya no te veía, te podía sentir. Cada vez más tenue, se me hacía difícil seguir tu rastro entre la multitud. Mil rostros sin expresión desfilaban a mí alrededor, absurdos, mareándome y burlándose de mi insensata pero desesperada búsqueda.¿Es que nunca corrieron detrás de alguien que ni siquiera conocían? ¿Es que nunca han perseguido con ingenua locura a alguien que veían por primera vez, para averiguar a dónde iba, qué hacía, quién era? ¿Es que nunca se han enamorado con tan solo una mirada?
Al final del camino me topé con la escalera, invariable, que me condujo a la superficie, donde el aire frío del mundo exterior chocó contra mí con crueldad, devolviéndome a la realidad. A la triste realidad de que te habías ido sin dejar huella, de que te había perdido.

El martes amaneció lluvioso, y a la misma hora te esperé en la estación. Pasaron las horas, lentas, pero tú no apareciste. Pasaron los mismos rostros sin expresión, pasaron los mismos hombres y mujeres apurados tratando de llegar a ningún lugar. Pero no pasaste tú. Y así pasaron los días, las semanas. Pasó el tiempo, pasaron cientos de trenes, llenos y vacíos, pero tú no entraste ni saliste de ninguno de ellos.
A pesar de todo, el fuego de tu cabello y el brillo de tus ojos no se han borrado aún de mi memoria, que los guarda como piezas invalorables de algún tesoro perdido, aunque ya no los he vuelto a ver pasar seguros e impacientes por el andén. Comprendí no sin esfuerzo que seguir buscándote sería inútil, como quizás también lo sea escribirte estas líneas, sentado en este mismo banco donde te vi pasar el día que te conocí; esperando que algún día las encuentres y las leas en el andén, mientras esperas, para que sepas que en algún lugar, alguien aún espera verte pasar.

[Disculpen la desaparición prolongada en exceso, gracias a todos los que siguieron pasando a ver si habia vuelto. Nos volvemos a leer.]