sábado, febrero 17, 2007

Misterioso Oriente

Cuatro artistas turcos se reúnen con el propósito de preparar un libro especial a pedido del Gran Sultán. Un libro que por su contenido debe ser mantenido en secreto al resto de la sociedad. Un libro que no desafía sólo las costumbres y estilos de la pintura heredados durante siglos de los antiguos maestros ilustradores, sino que además significa ir en contra del mismísimo Sagrado Corán y de toda su religión. Un libro que fue prohibido aún antes de ser concebido.
Comandados por Tío, un viejo y famoso ilustrador de los talleres de Palacio, Cigüeña, Aceituna, Mariposa, y Donoso comenzarán a trabajar por separado en las ilustraciones de este libro especial. Hasta que uno de ellos es asesinado, y el libro queda sin terminar.

“Ahora estoy muerto, soy un cadáver en el fondo de un pozo. Hace mucho que exhalé mi último suspiro y que mi corazón se detuvo pero, exceptuando el miserable de mi asesino, nadie sabe lo que me ha ocurrido.”

Así comienza esta novela, con las enigmáticas y desesperadas palabras del muerto. El principio del fin de un proyecto demasiado ambicioso, el comienzo de una historia de envidias y celos, orgullos y humillaciones, dudas y seguridades; acerca de una sociedad y un arte, el de la ilustración, que Pamuk se encargará de describirnos con tanto detalle y empero que logrará transportarnos íntegros a aquella hoguera de las vanidades orientales, para que nos sintamos parte de ese taller, para que tratemos de atrapar al asesino, para que nos admiremos del esplendor de aquellas grandes obras pintadas por grandes maestros en cientos y cientos de páginas, en hermosos y sagrados libros, guardados en Tesoros inaccesibles para otros durante tiempos incontables. Tendremos el privilegio de presenciar las disputas entre los ilustradores de mayor talento, de conocer sus miedos y deseos más ocultos, de escuchar las leyendas más hermosas y de asombrarnos con una cultura tan basta como antigua que luchará por mantenerse perenne frente a la acometida de los nuevos estilos occidentales, frente al atrayente pero impío estilo de los francos. Detalle por detalle el escritor se encarga de desmenuzar esta historia hasta la médula en un libro minucioso, ambicioso y perfecto, para que no podamos hacer otra cosa que seguir leyendo y embriagándonos con las maravillas que nos muestra.

Me llamo Rojo es un libro grandioso desde todo punto de vista. La historia es atrapante y está bellamente narrada, con un estilo que no había leído nunca, hipnótico, oriental. Los personajes son sumamente complejos, sus sentimientos nunca están del todo claros, nunca son blancos o negros, sino que están constantemente matizados por los grises. Las relaciones entre ellos son siempre conflictivas y nunca parecen definitivas.
Además, la forma en que está escrito es sumamente original: cada capítulo es narrado por un personaje distinto, ya esté este vivo o muerto, o simplemente por una ilustración, una imagen, un color. Esto hace que podamos entender lo que piensa cada uno de los personajes desde dentro de su cabeza, sin intermediarios que distorsionen los hechos. Porque en esta historia hasta los árboles y caballos pintados sobre el papel son protagonistas y pueden hablar y contarnos las cosas más importantes. Y los colores, eternos testigos de los talleres y sus ilustradores, narran sus cromáticas impresiones.

El libro te atrapa desde el primer momento, con la irresistible prosa de Pamuk, ante la que es imposible mantenerse impasible, y tiene ese extraño don de provocar admiración al mismo tiempo que tristeza y melancolía al leerlo. Quizás sea la complicada historia de amor, la impotencia e ira que provoca la desapasionada indecisión de ella, o la oscura formalidad de él en respuesta. O tal vez la inquietante despreocupación del asesino, la insolente seguridad de los ilustradores que dirigen sus actos con impune descaro, la hipocresía y la envidia, la extraña amistad verdadera o ficticia. O quizás sólo sea esa melancolía profunda, esa nostalgia absoluta que parece emanar de cada palabra, de cada ilustración, de cada mirada brillante, de cada corazón oprimido. Un sentimiento grisáceo que tiñe cada movimiento de pincel, cada historia que se narra con monótona igualdad y que parece haber estado allí desde hace tanto tiempo que ya nadie recuerda. Una cultura muy distinta a la que conocemos, que tiene tantas exóticas maravillas que sorprenden y asustan por igual y que nos hacen comprender la profunda complejidad que distingue cada uno de sus actos.

Entonces no es extraño que al tiempo que vamos leyendo la historia nos sumerjamos irremediablemente en este mundo alejado y misterioso, a través de parábolas contadas por los ilustradores sobre el estilo y la religión, el modo de ver el mundo de Dios, la ceguera, la vida, la muerte. Y se torna inútil que trate de enumerar los sentimientos que provoca su lectura, o que intente desentramar una historia tan profunda, que tiene tanto drama y suspenso como amor, filosofía y arte, porque jamás terminaría de hacerlo. Por eso sólo puedo recomendar su lectura, un placer y un desafío, un viaje de ida del que es imposible arrepentirse.

[ Sobre "Me llamo Rojo", de Orhan Pamuk, Premio Nobel 2006 ]